A pedido

Me pediste ser un personaje de mis libros.
No sé, no te prometo nada, si me sale, pero vos querías y casi me forzaste, querías que te use como personaje en uno de mis relatos.
No sé qué era lo que provocaba en vos, qué podía movilizarte tanto de una pequeñez semejante. No sé qué te imaginabas, qué encontrabas de importante o de grandioso en que te escriba en una hoja, dentro de una historia y un lugar tal vez completamente inventados, que te retrate imperfecta y desprolijamente con el lápiz de mi imaginación.
Porque, yo te expliqué, que use tu nombre para un personaje, que detalle tu cara, que refiera tu carácter o que robe tus labios o tus pestañas para adornar o describir, que cree un ente con aspectos de tu ser no significa que hable absolutamente de vos; te revelé que mis personajes, los que no son en un cien por ciento ficticios, sí pueden tener una ínfima pizca, rasgos de personas reales de los que parten y se desarrollan, pero que todo lo demás es literatura, porque nunca se conoce a alguien con la profundidad suficiente como para definirlo y retratarlo a la perfección.
Cuando escribo a alguien puedo arrimarme, puedo trazar un bosquejo aproximado, casi copiarlo, pero siempre es ficción, siempre hay interpósita subjetividad, lo que digo y escribo es lo que yo veo y lo que yo creo.
Aun si te escribo evitando la fantasía, ateniéndome estrictamente a la realidad, lo que salga no vas a ser vos, si no lo que yo percibo de vos.
Pero igual querías ser un personaje de mis libros, quizás por eso mismo, para saber cómo te veo, cómo y cuanto te conozco y te siento.
Casi obsesionada en eso, a cada nuevo cuento o poema que yo producía le ponías todo el entusiasmo y tus ansias esperanzadas, los leías y releías y analizabas buscándote ahí, en cada línea, oculta te creías encontrar entre metáforas y alusiones, oculto algún rastro tuyo que finalmente no te complacía porque no eras vos, eran sueños, visiones, inventos o sin sentidos, todo extranjero a tu ser.
Y allí reanudabas los pedidos, los ruegos, por favor, dale, hacé un personaje inspirado en mí, me tirabas de la manga, te enojabas, ponías cara de ceño fruncido o cejas levantadas, exagerabas en muecas y gestos tal vez queriendo en ellos darme material para escribir.
No me salió nada, todavía no, dame tiempo, no me tires de la manga. Dale, escribí.
La idea no se te iba, no te olvidabas, y yo nunca pude escribir por encargo, y nunca nadie pidió ser un personaje en un cuento, ni Noelia, ni Débora, ni Joaquín Muro, ninguno, incluso algunos de ellos no lo saben, todo es casualidad de inspiración, y todos terminaron siendo en la hoja nada de lo que son en la realidad.
Más, no escasean los que me prohíben, no me uses en tus historias, cosas de escritores, son todos locos.
Pero vos seguías contra todo, faltabas para que te extrañe, llorabas para que te consuele, reías para que me divierta, temblabas para que te proteja. Llegué a preguntarme si todo lo que hacías no era intencionalmente una búsqueda, o una artimaña inconsciente para encender esa chispa en mí que me hace escribir, un esfuerzo sobreactuado por generar la situación que me golpeara, mal o bien, y me empujara a escribirte de una vez.
No pude, no puedo todavía, hacerte. Vas a tener que seguir esperando e insistiendo, o olvidarte y desistir.
Querías ser personaje de mi literatura, pero no viniste a mí en ninguna creación, quise, me esforcé, pero no acerté a componerte, salieron otras cosas, nada tuyo.
Apenas arañé este canto, líneas de descargo, de rendición, y no lo voy a seguir intentando más, basta, no me tires de la manga.
Aunque, sí, puede ser, si llegara a usar esto como cuento, si lo publicara o lo leyera en algún lado, la literatura es tan finita, tan ambigua que; ahí estás, leete, finalmente, sos un personaje de uno de mis cuentos.

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