No sé por qué en este lugar escribo poesía.
Me lo pregunto ahora porque me asombra, me descoloca tomar conciencia de que escribo poesía en un lugar así.
Porque este es un sitio que poco, o nada, debería tener que ver conmigo si no fuera por las circunstancias forzosas que me hacen venir aquí todos los días, es, ciertamente, un lugar que no elegiría para tomar un café o un almuerzo, no me sentiría en nada atraído a descubrirlo si pasara casualmente, o con intención, frente a esa puerta de vidrio y al traslucido bullicio que se sale del interior, que invitan más a seguir de largo que a quedarse.
No, jamás me sentaría en esta mesita cuadrada de madera lustrosa, en este murmullo, en esta gente yendo y viniendo en bandejas y comidas olorosas de grasas, jamás me metería en esa fila carcelaria apiñándose frente a la barra para pagar por la ración.
Definitivamente no, no me tomaría un café en este lugar, al margen de que nunca tomo café.
Sin embargo, ¿me traés un café?, le digo a la sonrisa con moñito y delantal.
Porque, como dije antes, me toca estar acá, en este espacio de oferta-venta que es diametralmente opuesto a mi filosofía política y vital.
La realidad-destino-paradoja me puso aquí hace un tiempo, y por lo menos por ahora, a, entre otras cosas, tomar el almuerzo laboral, el diezmo capitalista del mediodía.
Por eso me pregunto por qué, y más que por qué, cómo escribo poesía en un lugar como este.
Bien debo aceptar que con el tiempo (yo, animal de costumbre) todo esto termina, terminó, entrándome; aunque quiera decir lo contrario ahora es normal y no me asusta todo el movimiento, las corridas y aceites, los billetes y la presión, y estoy sentado en esta mesa, cuando en realidad nadie me obliga y bien podría ir a otro lado, o sencillamente no comer. Pero estoy acá.
Y cuantas veces me sorprendo viniendo y entrando, ya fuera de horarios, y al levantar la cabeza y la conciencia me veo acá adentro.
Es que esto ya no es sólo paredes, escaleras y cajas registradoras, lo sé, las paredes y escaleras y cajas tienen gente, personas, caras, como la sonrisa con delantal y moñito que ofrece café, como cada una de las almas que mueven la estructura y que bien sé que la detestan tanto como yo, pero que en alguna capa intermedia también la quieren, no a la estructura misma, si no a los amigos que la componen.
Entonces, por eso estoy, puede ser, pero de todas maneras sigo preguntándome cómo es que escribo poesía acá, porque los amigos y las caritas pueden no ser suficientes para imponerse al monstruo que aprieta, más bien muchas veces comparto las lágrimas y broncas que les exprime ese mismo monstruo.
No me lo explico, insisto, no lo entiendo. No me asombraría tanto, tal vez, si escribiese un cuento, acá sí hay material para un cuento, inspiración para un libro entero, y a mí el relato me sale solo, si paro un momento escribo, como estoy escribiendo esto hoy.
Hoy. Pero siempre que vengo acá escribo poesía y no cuento, ni canción; poesía.
Ni bien me siento y doy un par de sorbos ya no puedo, me asalta, y empiezo a escribir donde caiga, servilleta o mantel individual o volante juntado del suelo, escribo mientras pasan a mi lado las sonrisas-lágrimas en bandeja, escribo como siempre pero no, aunque intente contar no hay historia, aunque intente describir no hay sujeto, aunque enderece el lápiz salen versos.
Escribo poesía aquí y, repito hasta el hartazgo, no entiendo, no me explico cómo ni por qué me sale hacerlo.
Definitivamente no lo sé, puedo concluir, casi fatalmente, en que es algo sobrenatural, o al menos inexplicable; porque, además de todo esto, así como nunca tomo café y acá sí lo hago, yo, antes, nunca (jamás) había escrito poesía.
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